lunes, 20 de diciembre de 2010

EMMANUEL, DIOS ESTÁ CON NOSOTROS



Antes de que nazca Jesús en Belén, Mateo declara que llevará el nombre de «Emmanuel», que significa «Dios-con-nosotros». Su indicación no deja de ser sorprendente, pues no es el nombre con que Jesús fue conocido, y el evangelista lo sabe muy bien. En realidad, Mateo está ofreciendo a sus lectores la clave para acercarnos al relato que nos va a ofrecer de Jesús, viendo en su persona, en sus gestos, en su mensaje y en su vida entera el misterio de Dios compartiendo nuestra vida. Esta fe anima y sostiene a quienes seguimos a Jesús.
Dios está con nosotros. No pertenece a una religión u otra. No es propiedad de los cristianos. Tampoco de los buenos. Es de todos sus hijos e hijas. Está con los que lo invocan y con los que lo ignoran, pues habita en todo corazón humano, acompañando a cada uno en sus gozos y sus penas. Nadie vive sin su bendición.
Dios está con nosotros. No escuchamos su voz. No vemos su rostro. Su presencia humilde y discreta, cercana e íntima, nos puede pasar inadvertida. Si no ahondamos en nuestro corazón, nos parecerá que caminamos solos por la vida.
Dios está con nosotros. No grita. No fuerza a nadie. Respeta siempre. Es nuestro mejor amigo. Nos atrae hacia lo bueno, lo hermoso, lo justo. En él podemos encontrar luz humilde y fuerza vigorosa para enfrentarnos a la dureza de la vida y al misterio de la muerte.
Dios está con nosotros. Cuando nadie nos comprende, él nos acoge. En momentos de dolor y depresión, nos consuela. En la debilidad y la impotencia nos sostiene. Siempre nos está invitando a amar la vida, a cuidarla y hacerla siempre mejor.
Dios está con nosotros. Está en los oprimidos defendiendo su dignidad, y en los que luchan contra la opresión alentando su esfuerzo. Y en todos está llamándonos a construir una vida más justa y fraterna, más digna para todos, empezando por los últimos.
Dios está con nosotros. Despierta nuestra responsabilidad y pone en pie nuestra dignidad. Fortalece nuestro espíritu para no terminar esclavos de cualquier ídolo. Está con nosotros salvando lo que nosotros podemos echar a perder.
Dios está con nosotros. Está en la vida y estará en la muerte. Nos acompaña cada día y nos acogerá en la hora final. También entonces estará abrazando a cada hijo o hija, rescatándonos para la vida eterna.
Dios está con nosotros. Esto es lo que celebramos los cristianos en las fiestas de Navidad: creyentes, menos creyentes, malos creyentes y casi increyentes. Esta fe sostiene nuestra esperanza y pone alegría en nuestras vidas.

Así que, como Dios está con nosotros... Feliz Navidad.

4 comentarios:

  1. ¡Muy bueno! Pocas veces he leído un artículo, escrito desde el punto de vista cristiano, que le dé a Dios el carácter universal que tiene. Como bien dices, Juan Ramón, Dios no es propiedad de los cristianos. Y menos aún de ningún sector de los mismos que pretenda tener “la verdad”.

    Nos cuesta entender, paradójicamente, que existe un sólo Dios. Por lo tanto el Dios que veneran en la sociedad X, es el mismo que venera la sociedad Y, aunque nos parezca un disparate sus ceremoniales: es lo que conocen de un Dios que, a pesar de que los cristianos presumimos de conocer, ningún ser humano es capaz de conocer, precisamente por su infinitud. Sólo atisbamos a Dios. Y gracias a Jesucristo aún lo conocemos más.

    Decía el teólogo alemán Eberhard Jüngel: «No hay abuso más pernicioso que el de la palabra ‘Dios’. Un lenguaje humano acerca de Dios merece ser llamado responsable cuando no pretende otra cosa que dejar que Dios mismo se exprese […] que él mismo llegue al lenguaje […] dejándole venir» (Dios como misterio del mundo, pág. 296).

    Quiere esto decir que el ser humano no tiene capacidad para llegar a Dios, pero sí de “dejarle venir”.

    Esta es la razón fundamental por lo que resulta importante recordar la navidad original: Dios ha venido a este mundo, en forma humana, para hacer más comprensible. Dejémosle venir, permitámosle la entrada hasta nuestro yo más profundo...

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  2. Gracias por tu hondo comentario, Luis. Voy a seguir por el sendero que tus reflexiones abren:

    En vísperas de Navidad, propongo que pensemos en el daño que a todos nos hace el miedo que le tenemos a nuestra propia humanidad. Porque estoy persuadido de que, en ese miedo, está la explicación y la raíz de tantas torpezas y maldades que se podrían y se tendrían que evitar.

    Vamos a ver. Desde la nochebuena hasta el día de reyes, los cristianos recordamos una serie de episodios en los que no resulta fácil precisar lo que hay de teología y lo que hay de historia en esos relatos. Los estudiosos se rompen la cabeza intentado descifrar cada detalle y no acaban de ponerse de acuerdo. Pero, en todo caso, lo que hay de cierto (para un cristiano) en los evangelios de la infancia (Mt 1-2; Lc 1-2), es que “lo divino” (Dios, en definitiva) se dio a conocer, se hizo presente y se manifestó en “lo humano”. Y precisamente en lo más humano: un niño, de condición humilde y en circunstancias de despojo, desamparo y persecución a muerte. Por supuesto, como es bien sabido, la historicidad de esos hechos está cuestionada desde no pocos puntos de vista y en muchos de sus detalles. Pero eso es lo que menos importa en este momento. No olvidemos que los evangelios no son primordialmente “libros de historia”, sino que en ellos se nos ofrece un “mensaje religioso”. Y eso es lo que al creyente le interesa. O eso es lo que le debería interesar: ¿Qué me quiere contar Dios de su forma de ser, de sus sueños para mí, de cómo quiere hacerme feliz, de qué actitud debo hacer gala yo para apropiarme de la alegría que pone a mi disposición, de cómo espera que trate a mis semejantes?

    Ahora bien, el “mensaje religioso” de los evangelios de la infancia es tozudamente claro y provocador. Es el mensaje que nos dice esto: “lo divino” se encuentra en “lo humano”. En lo más humano, es decir, en lo débil, en lo marginal, en los excluidos y hasta en los perseguidos. “Lo divino” no se hizo presente en lo portentoso, en lo milagroso, en lo sobrecogedor. “Lo divino” se hizo presente en un niño, en un establo, entre basura y animales. Y fue anunciado a pastores, uno de los oficios marginales de aquel tiempo. Y entonces el rey, informado de todo esto, decidió matarlo.

    Así fue cómo “lo divino” tuvo que hacerse emigrante. Porque “lo divino”, que se hace presente en “lo humano”, no tiene “papeles”. Queda en pie que, según los evangelios de la Navidad, “lo divino” se hace presente, se comunica, se da, en algo tan humano, tan débil, tan entrañable, que se encuentra en “un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2, 12) (CONTINÚA...)

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  3. El Evangelio tiene algo muy fuerte, muy duro, que no nos cabe en la cabeza. A partir de la primera Navidad que hubo en la historia, a Dios no se le encuentra ya en lo fuerte, sino en lo débil. No se le encuentra en lo grande, sino en lo insignificante. No se le encuentra en lo grandioso y lo notable, sino en lo que no pinta nada para nadie. No se trata de que el Evangelio representa un proyecto nihilista, inhumano. Se trata exactamente de todo lo contrario. El Evangelio es la afirmación más sublime de lo humano. Porque es evidente que quienes conocieron a Jesús, lo que vieron y palparon en él fue a un ser humano. Entonces, ¿por qué, desde antes de nacer y en su nacimiento, intervinieron los ángeles y la fuerza del Espíritu? ¿Y todo eso, además, envuelto en sueños, apariciones, enigmas y manifestaciones de lo extraordinario y lo celestial? Porque había que vencer nuestra pertinaz resistencia para aceptar que, desde el momento en que Jesús vino a este mundo, a Dios lo encontramos en nuestra propia humanidad. Dios tiene un sueño, que es mostrarnos que Él se encuentra sobre todo en la debilidad, para que los débiles también puedan sentirse animados por su presencia, pero nuestra querencia por lo poderoso le obliga, a veces, a actuar de formas extrañas a su voluntad para que no nos hagamos los despistados y no volvamos la cara hacia otra parte.

    Pero resulta que esto es lo que no nos cabe en la cabeza a los humanos. Nos gusta lo grande, lo importante, lo notable, lo solemne, lo que impresiona y llama la atención, lo que se impone y admira... Todo eso y lo que se parece a eso. Pero, ¿y lo que no es ni más ni menos que humano? ¿lo que es común con todos los humanos? Pues eso, precisamente eso, que es lo que tantas veces menos valoramos, eso es lo que más necesitamos. Porque es lo que más nos humaniza. Y lo que más humaniza la vida, la convivencia, la sociedad. A todos nos “educan” para ser importantes, pero no para ser sencillamente humanos.

    De ahí, la consecuencia más peligrosa y más patética que todos arrastramos. Nos seduce el poder. Nos seduce la gloria. Queremos, a toda costa, ser importantes, destacar, ser notables. Confieso públicamente que a mí, por lo menos, todo eso me atrae, me agrada y es motivo de anhelos inconfesables. Anhelos y deseos que, cuando soy sincero conmigo mismo, los maldigo mil veces. Porque estos sentimientos me rompen por dentro y destrozan mi propia humanidad.
    Esta “civilización” (?), esta “cultura” (?), en que vivimos, ha hecho con nosotros lo peor que se podía hacer. Nos ha inoculado el miedo a nuestra propia humanidad. Tiene razón el viejo relato del paraíso perdido: la tentación satánica, que a todos nos acosa, es el deseo de “ser como Dios” (Gen 3, 5). Somos muchos los que, a fuerza de tanto querer alcanzar a ser “divinos”, hemos dejado de ser verdaderamente “humanos”. Tanta falsa apetencia de “divinidad” ha hecho trizas nuestra propia “humanidad”. Y además, si pensamos en lo que ha ocurrido en el ámbito de las creencias y en el terreno propio de la teología, lo que ha pasado es que “lo divino” se ha distanciado tanto de “lo humano”, que ha llegado a entrar en conflicto con las mejores manifestaciones de nuestra propia humanidad.

    Y esto nos pasa a nosotros, y también a los que nos gobiernan en el ámbito religioso. Da pena pensar en que no pocos jerarcas de la Iglesia ponen el grito en el cielo si oyen decir que Jesús fue, no solamente humano, sino que es el modelo perfecto de la plenitud humana. Ser representantes del poder divino, que les da rango y poder, les encanta. Ser ejemplos de humanidad, eso es otro cantar.

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  4. Jolín, cómo flipo con la entrada y los comentarios.
    Amigos, ¿qué puedo añadir? Que todo lo que sea ahondar en un Jesús cercano, humano, es bienvenido. Porque nos ayuda en esa sed de cercanía a ese Dios distante muchas veces así presentado. Más que distante, inaccesible. Al parecer..., "aunque no está lejos de nosotros", ya lo sabemos los que creemos.

    "Así ha dicho Jehová el Señor: Depón la tiara, quita la corona; esto no será más así; sea exaltado lo bajo y humillado lo alto". Ezequiel 21: 26

    Qué manera de derribar desde la misma cuna ese deseo de supremacía que viene con la vida. Mandar, gobernar, reinar, poseer, dominar, ejercer, juzgar; todo muy alienante.
    El contraste es brutal con Jesús, 30 años esperando oír una voz para comenzar su ministerio. Y hasta el final de su vida diciendo "yo no he venido a ser servido sino a servir".
    Sí, un ejemplo de humanidad en toda regla. Por eso atraía a niños, a mujeres y a hombres de toda clase. Sobre todo a los que nadie les mostraba humanidad. Esta revelación de Dios en Jesús fue increíble, como dijo Pablo: "grande es el misterio de la piedad, Dios fue manifestado en carne".

    Me olvido en este instante de la cantidad de reyes estúpidos y de gobernantes inhumanos.
    Alabo a Dios por este hallazgo, por esta buena nueva. Y yo también llego al portal, enmudezco y doblo mis rodillas mirando al niño como hicieron aquellos magos o sabios.

    Es increíble todo lo que rodea su nacimiento. Simeón toma al niño en brazos, lo alza y dice: "Ahora Señor despides a tu siervo en paz, porque han visto mis ojos tu salvación..."
    Todas las esperanzas de la humanidad puestas sobre ese débil niño. Es tremendo el impacto y la fe de Simeón y de Ana.

    Verdaderamente fue una revelación "mayúscula" de nuestro Creador. Recordemos que dice el relato que fuimos creados a su semejanza. Puede que Dios sea más "humano" de lo que habíamos pensado.

    Abrazos.

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